lunes, 3 de octubre de 2011

'Sin sorpresas', por Juan Carlos Loredo

Las drogas no son buenas ni malas en sí mismas. Si dejamos un trozo de hachís sobre la mesa, es improbable que nos ataque saltándonos a la cara. Todas las culturas han utilizado, utilizan y seguirán utilizando drogas. La cuestión es cuándo, cómo y para qué se usan.
La encuesta de Asfear revela que los jóvenes gijoneses beben alcohol desde muy pronto, en casa o con los amigos y con la finalidad de desinhibirse. Más o menos ya lo sabíamos todo, quizá con excepción de una cosa: que a muchos adolescentes se les permite beber en casa.
Independientemente de las valoraciones sobre cuál debería ser la edad mínima para iniciarse en su consumo, convendría recordar que el problema no es el alcohol, sino la posibilidad de que esta sustancia acabe controlando a quien la emplea. Y si eso ocurre, es porque ya había otros problemas.
Cargar las tintas sobre el consumo de bebidas alcohólicas por parte de los jóvenes puede contribuir a que olvidemos las circunstancias socioeconómicas y culturales que lo fomentan. Claro que eso, en el fondo, nos alivia: identificado el culpable -el calimocho, la litrona, el porro-, ya no hace falta seguir pensando. Por supuesto, cada cual es responsable de sus actos; pero, cuando el paro juvenil roza el 50 % y las tasas de emancipación son de las más bajas de España, los jóvenes gijoneses viven como viven.
Por lo demás, una cosa es regular la venta de alcohol o educar en el consumo responsable y otra cosa es obsesionarse con las prohibiciones. Las prohibiciones exageradas pueden tener dos efectos: la hipocresía (aunque se beba, debe parecer que no se bebe) y el tiro por la culata (prohibir algo constituye la forma más directa de incrementar su atractivo).
Que los padres permitan a sus hijos adolescentes beber un poco de alcohol en casa podrá parecernos mejor o peor. Lo que no debería es escandalizarnos demasiado. Porque nuestra cultura tiene mil y un maneras de normalizar el consumo de ciertas bebidas. Sinceramente, casi es más escandalosa la ínfima calidad de lo que ingieren los jóvenes.

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