miércoles, 21 de agosto de 2013

La grieta que podría resquebrajar el núcleo de Europa




Con el título, tan significativo, de “Kein deutsches Europa!” [No queremos una Europa alemana], Wolfgang Schäubledesmentía hace poco en un artículo publicado simultáneamente en diarios de Inglaterra, Francia, Polonia, Italia y España, que Alemania aspire a asumir el liderazgo político en la Unión Europea (Süddeutsche Zeitung 20/21 de julio de 2013). Schäuble que, junto con la ministra de Trabajo, es el último “europeo” de corte germano-occidental que queda en el gabinete de Angela Merkel, habla desde el pleno convencimiento personal. Es cualquier cosa menos un revisionista que quiera anular la integración de Alemania en Europa y destruir así el fundamento de la estabilidad del orden de posguerra. Conoce el problema cuyo regreso debemos temer nosotros, los alemanes.
Tras la fundación del imperio en el año 1871, Alemania había adoptado una funesta posición semihegemónica en Europa, tal como expresa la famosa frase de Ludwig Dehio, “demasiado débil para dominar el continente pero demasiado fuerte para integrarse”. Y esto también contribuyó a allanar el camino hacia las catástrofes del siglo XX. La lograda unificación europea impidió, no solo a la Alemania dividida sino también a la Alemania reunificada, volver a caer en el antiguo dilema. Es evidente que la República Federal está interesada en que esto no cambie. Pero ¿no ha cambiado de hecho la situación? Wolfgang Schäuble reacciona ante un peligro actual. Él mismo es quien impone a la fuerza el testarudo rumbo de Angelika Merkel en Bruselas y quien palpa la grieta que podría resquebrajar el núcleo de Europa.

Es Wolfgang Schäuble quien impone a la fuerza el testarudo rumbo de Merkel en Bruselas y quien palpa la grieta que podría resquebrajar el núcleo de Europa
Él es quien tropieza con la resistencia de los “países receptores” en los círculos de los ministros de Hacienda de la comunidad monetaria europea cada vez que bloquea los intentos de introducir un cambio de política. El impedir una unión bancaria para la asunción comunitaria de los costes de la liquidación de los bancos malos es tan solo el ejemplo más reciente de ello. Schäuble no se aparta ni un milímetro de la norma de la canciller de no cargar a los contribuyentes alemanes con nada que rebase el alcance exacto de los créditos que requieran en cada caso los mercados financieros para el rescate del euro, y que siempre han recibido como consecuencia de una “política de rescate” indisimuladamente favorable a los inversores. Por supuesto, este rumbo seguido tan tenazmente no excluye un gesto de 100 millones en créditos para las clases medias que el tío rico berlinés toma de la caja fuerte del banco nacional para sacar del apuro a los primos de Atenas que se han quedado sin blanca.
La potencia líder que se niega a sí misma
Es un hecho que el gobierno de Merkel obliga a Francia y a los “países del Sur” a aceptar su controvertida agenda de crisis mientras que la política de adquisiciones del BCE brinda un respaldo no admitido. Pero al mismo tiempo, Alemania niega su responsabilidad en el marco de una Europa global por las consecuencias desastrosas que asume al poner en práctica ese papel – considerado como algo enteramente normal - de política de poder. Solo hay que pensar en el exorbitante paro juvenil del sur de Europa como una de las consecuencias de una política de ahorro con cargo a los miembros más débiles de la sociedad. Visto de este modo, el mensaje “nada de Europa alemana” cobra también el sentido, bastante menos bonito, de que la República Federal se coloca en un segundo plano. Desde un punto de vista formal, el Consejo Europeo decide de forma unánime. Angelika (sic) Merkel solo puede perseguir abiertamente intereses nacionales, o lo que ella considera como tales, como uno de los 17 miembros integrantes. El Gobierno alemán saca ventaja, incluso una ventaja desproporcionada, de la preponderancia económica del país siempre y cuando sus socios no duden de la lealtad, carente de ambiciones políticas, de los alemanes hacia Europa.
Pero ¿cómo puede resultar creíble este gesto de humildad a la vista de una política que se aprovecha descaradamente de la propia preponderancia económica y demográfica? Cuando, por ejemplo, toca imponer normas de emisión de gases más estrictas para el nuevo rico que fanfarronea de sus berlinas de lujo y estas normas perjudican – por supuesto, siempre en el marco del cambio energético – a la industria automovilística alemana, la votación se retrasa, por intervención de la canciller, hasta que el grupo de presión está satisfecho o ya han pasado las elecciones al Bundestag [Parlamento]. El artículo de Schäuble responde, me parece a mí, a la irritación que este doble juego del Gobierno federal produce en los círculos de los jefes de Gobierno de los restantes países del euro.

El Gobierno alemán saca ventaja, incluso una ventaja desproporcionada,  siempre y cuando sus socios no duden de la lealtad de los alemanes hacia Europa
Un Gobierno federal cada vez más aislado trata de imponer frente a Francia y a los países en crisis una dura política de ahorro en nombre de imperativos de mercado que supuestamente no dejan otra alternativa. En contra de los hechos, da por sentado que todos los estados miembros de la Comunidad Monetaria Europea pueden decidir por sí mismos sobre sus respectivas políticas económicas y presupuestarias. Si es necesario deberán “modernizar” el Estado y la economía y aumentar su competitividad con ayuda de créditos del fondo de rescate, pero siempre por cuenta propia. Esta soberanía ficticia es cómoda para la República Federal porque ahorra al socio más fuerte tener en consideración los efectos negativos que pueden acarrear sus propias políticas a los socios más débiles. Por el contrario, Mario Draghi ya advertía hace un año “que no es legítimo ni soportable desde un punto de vista económico que la política económica de países concretos entrañe riesgos que rebasen las propias fronteras y afecten a los restantes socios de la unión monetaria” (Die Zeit 30 de agosto de 2012).
¿Ha caído Europa en una trampa sin salida?
Hay que repetirlo una y otra vez: las condiciones poco óptimas en las que la Comunidad Monetaria Europea opera hoy día se deben al error de construcción de una Unión Política que no es plena. Por eso la clave no está en cargar los problemas sobre los hombros de los países en crisis a través de la financiación crediticia. La imposición de políticas de ahorro no puede eliminar los desequilibrios económicos existentes dentro de la zona euro. Solo se puede esperar una equiparación de estas diferencias de nivel a medio plazo como resultado de una política fiscal, económica y social común o en estrecha sintonía recíproca. Y si no se quiere derivar por completo en una tecnocracia al seguir este camino, hay que preguntar a los ciudadanos de los países europeos cómo conciben el núcleo de una Europa democrática. Wolfgang Schäuble lo sabe. Lo dice también en entrevistas concedidas a la revistaSpiegel, entrevistas que no tienen consecuencias por lo que respecta a su propia actuación política.
La política europea ha caído en una trampa que Claus Offe define con precisión: si no queremos abandonar la unión monetaria, resulta, por un lado necesario y por otro impopular, llevar a cabo una reforma institucional que necesita tiempo. Por eso los políticos que desean ser reelegidos van dejando el problema para más adelante. Este dilema afecta sobre todo al Gobierno alemán, pues hace mucho que asumió con sus actos responsabilidades en el marco de una Europa global. Además, es el único que puede plantear una iniciativa prometedora para dar un paso hacia adelante, debiendo ganarse para ello a Francia. No se trata de bagatelas, sino de un proyecto en el que los hombres de Estado europeos más destacados llevan invirtiendo sus mejores energías desde hace más de medio siglo.

La política europea ha caído en una trampa: si no queremos abandonar la unión monetaria, resulta necesaria una reforma institucional que necesita tiempo
Pero, por otro lado, ¿qué significa realmente “impopular”? Si una solución política es razonable, no debe suponer el menor problema plantearla al electorado de una democracia. ¿Y cuándo hacerlo si no es antes de unas elecciones al Bundestag? Cualquier otra opción supone un encubrimiento tutelar. Infravalorar y exigir demasiado poco a los electores constituye siempre un error. Creo que será un fracaso histórico de las élites políticas de Alemania el seguir cerrando los ojos y hacer como si el business as usual, es decir, el forcejeo corto de miras sobre la letra pequeña a puerta cerrada, fuera la respuesta a la situación del momento.
En lugar de eso, deberían hablar claramente a sus ciudadanos, que se sienten inquietos y que jamás se ven confrontados como electores con cuestiones europeas de peso. Deberían pasar a la ofensiva y dirigir un debate, que implica una polarización inevitable, sobre alternativas que siempre tienen un coste. Tampoco deberían callar por más tiempo los negativos efectos redistributivos que deberán asumir a medio y corto plazo los “países donadores” como resultado de la única solución constructiva de la crisis, aunque ello redundará en su propio interés a largo plazo.
Vacío normativo
Conocemos la respuesta de Angela Merkel: tranquilo quehacer dilatorio. Su persona pública parece carecer de todo núcleo normativo. Desde la irrupción de la crisis griega en mayo de 2010 y el posterior fracaso en las elecciones al Parlamento de la región de Renania del Norte-Westfalia, somete cada uno de sus meditados pasos al oportunismo de la conservación del poder. Desde entonces, la astuta canciller sale adelante con una lógica clara, pero sin unos principios definidos y por segunda vez aleja cualquier tema controvertido de las elecciones alBundestag, por no hablar de la política europea, minuciosamente aislada. Puede definir la agenda porque, si la oposición se apresura con el tema europeo, de gran carga emocional, es de temer que acabe siendo machacada con la maza de la "unión de la deuda". Y además, por obra de aquellos que solo podrían decir lo mismo si realmente llegaran a decir algo. Europa se encuentra en situación de emergencia y el poder político está en manos de quien decide qué temas pueden llegar a la opinión pública. Alemania no baila, sino que dormita sobre el volcán.

Europa se encuentra en situación de emergencia
y el poder político está en manos de quien decide qué temas pueden llegar a la opinión pública
¿Fracaso de las élites? Todo país democrático tiene los políticos que se merece. Y esperar de los políticos que han sido votados un comportamiento que vaya más allá de la rutina resulta un tanto peculiar. Me alegro de vivir desde 1945 en un país que no necesita héroes. Tampoco creo en el dicho de que los individuos hacen la historia, al menos no por lo general. Solo constato que existen situaciones extraordinarias en las que la capacidad perceptiva y la fantasía, el valor y la disposición a asumir responsabilidades de los individuos que actúan marcan la diferencia en el curso de los acontecimientos.

lunes, 19 de agosto de 2013

La deformación intencionada “es una amenaza aún más insidiosa que la mentira”,




Un país que desprecia la verdad está condenado a la decadencia. Quien esto sostiene es Harry G. Frankfurt, profesor de Filosofía de la Universidad de Princeton, en un pequeño libro, Sobre la verdad, editado en 2007 en España por Paidós, tan conciso como certero e inquietante. Las reflexiones que desgrana el autor son plenamente aplicables a lo que ocurre ahora mismo en España y nos advierte de las consecuencias de instalarse en la negación y la mentira como estrategia de supervivencia política. Volver sobre esas reflexiones permite encuadrar la naturaleza de unas actitudes y un discurso público que están sumiendo a la política española en una espiral de impotencia y desesperanza.
Con el Gobierno tratando de negar la evidencia en un asunto tan grave como el caso Bárcenas; con unos ministros que dicen una cosa y hacen la contraria, pensando que a base de repetir que la realidad es de una determinada manera, la ciudadanía acabará creyendo que es como ellos dicen; con unos dirigentes políticos que acusan al adversario de lo que ellos practican con el mayor descaro y el permanente recurso alpoder enmascarador de los eufemismos para encubrir el mayor retroceso social de la democracia, la cuestión de la verdad se ha convertido en el problema central de la crisis política e institucional que vive España.
Estamos asistiendo al más fenomenal intento de manipulación observado desde los atentados del 11M, con los mismos protagonistas y el mismo propósito: engañar a la ciudadanía para defenderse o para obtener ventajas políticas. Cuando el portavoz parlamentario del PP Alfonso Alonso se defiende del fuego abrasador de la nueva estrategia de Bárcenas acusando a los partidos de la oposición de “apadrinar” y de “ser rehén de un delincuente”, ¿no es eso lo que está haciendo? ¿Y no es eso lo que hace María Dolores de Cospedal cuando intenta presentar al PP como víctima de un desaprensivo, como si ese desaprensivo no tuviera nada que ver con la dirección de su partido?
En este tipo de estrategias no siempre es preciso llegar a la mentira, aunque si hay que mentir, se miente. Basta con deformar la realidad. Y eso se puede hacer tanto desde la tribuna política, como desde la mediática, y también desde la academia y hasta desde las comisiones de expertos. La cuestión es crear sinergias comunicativas que permitan asentar la manipulación. Ya en su obra “On bullshit. Sobre la manipulación de la verdad”, Frankfurt advertía de que los manipuladores, “aunque se presentan como personas que simplemente se limitan a transmitir información, en realidad se dedican a una cosa muy distinta. Más bien y fundamentalmente son impostores y farsantes que cuando hablan, solo pretenden manipular las opiniones y las actitudes de las personas que les escuchan. Su máxima preocupación es que lo que dicen logre el objetivo de manipular a la audiencia. Por eso, el hecho de que lo que digan sea verdadero o falso les resulta más bien indiferente”.
El desprecio por la verdad es la característica principal de este tipo de estrategia. Para Frankfurt, la deformación intencionada “es una amenaza aún más insidiosa que la mentira”, porque es más difícil de descubrir y, en consecuencia, de combatir. Con frecuencia se disfraza de controversia, de contraste de pareceres. Un mentiroso resulta mucho más vulnerable, especialmente en tiempos en los que las redes sociales permiten ejercer un control más rápido y un escrutinio permanente de los datos que se utilizan. Pero un manipulador, el que altera la verdad deformándolaqueda protegido por una falacia que se ha extendido al mismo tiempo que se extendían los postulados del neoliberalismo económico: aquella según la cual la verdad no existe, que hay tantas verdades como miradas sobre la realidad. Así es como Bárcenas puede ser presentado un día como víctima de una conspiración contra el partido, y al siguiente, como un conspirador contra ese mismo partido. 

Con este planteamiento, cualquiera puede esgrimir su verdad y se impondrá aquella que más potencia de fuego comunicacional consiga. Pero, ¿es posible que una sociedad prospere con un sistema que permite tal grado de deformación? ¿Es posible tomar decisiones políticas en este clima de corrupción del discurso público?La cuestión de la verdad está relacionada con la honestidad. Para Henry G. Frankfurt , “los grados más elevados de civilización dependen, en mayor medida si cabe, de un respeto consciente por la importancia de la honestidad y la claridad a la hora de explicar los hechos”.
Hace tiempo que esa consciencia se está perdiendo de forma alarmante entre las élites políticas. Hace tiempo que los aparatos de los grandes partidos políticos se han entregado a la construcción de un relato que le garantice el acceso y permanencia en el poder mediante estratagemas de manipulación y mercadotecnia. En los equipos de los candidatos sobran asesores de comunicación, al estilo de los que tan certeramente retrata la película “Los idus de marzo”, de George Clooney, con pocos escrúpulos y mucha obsersión por la demoscopia, y faltan filósofos, especialistas en ética. El problema es que ya parece que nadie les echa en falta. Lamentablemente, como dice Frankfurt, “vivimos una época en la cual, por extraño que parezca, muchos individuos bastante cultivados consideran que la verdad no merece ningún respeto especial”. Así nos va.
Cuando Georges Clemenceau fue preguntado sobre qué creía que dirían en el futuro los historiadores de la Primera Guerra Mundial, respondió: “Desde luego no dirán que Bélgica invadió Alemania”. Pues bien, escuchando ciertas explicaciones sobre el caso Bárcenas, da la impresión de que alguien pretende hacernos creer que Bélgica invadió a Alemania. "Una sociedad que de forma imprudente y obstinada se muestra negligente ante la defensa de la verdad", o consiente “la gastada y narcisista pretensión de que ser fiel a los hechos es menos importante que ser fiel a uno mismo”, está abocada a la decadencia. (...) Las civilizaciones nunca han podido prosperar ni podrán hacerlo sin cantidades ingentes de información fiable sobre los hechos”, nos dice el profesor de Princeton. Eso es así siempre, y todavía más en la sociedad compleja y crecientemente acelerada en la que vivimos, dominada, como dice Daniel Innerarity, por la cultura de la urgencia, en que el ciudadano ha de tomar más decisiones que nunca y hacerlo rápido.
Game is overAfortunadamente, como decía Spinoza y repite Frankfurt, el amor por la verdad es una cuestión de supervivencia. Las personas no pueden dejar de buscar la verdad porque les resulta indispensable para seguir vivos. Lo mismo le ocurre, en un sentido más extenso, a la sociedad como conjunto de individuos. La ciudadanía solo puede actuar con seguridad si sabe que a la hora de decidir entre diferentes opciones dispondrá de información relevante y cierta. Difícilmente se pueden tomar buenas decisiones con mala información, o con información tergiversada. Por eso, no es difícil imaginar que, como ya ocurrió con el 11M, la ciudadanía percibirá que el desprecio por la verdad que exhibe el PP es una amenaza que la democracia española no se puede permitir. Por una cuestión de supervivencia.