domingo, 4 de agosto de 2013

Obcecados en sus luchas por el poder, creo que, en general, ya ni se dan cuenta del deprimente espectáculo que ofrecen.



La percepción de que nuestros políticos se mueven mucho más por sus intereses particulares o de partido que por los del Estado se hace cada vez más patente, y resulta demoledora para su imagen y su credibilidad. No parece importarles nada el bien común, la riqueza de la nación o la visión internacional de España. Es como si no se diesen cuenta de que ellos son parte esencial -e incluso responsables directos- de lo que somos, de dónde estamos y de cómo nos ven los demás. Obcecados en sus luchas por el poder, creo que, en general, ya ni se dan cuenta del deprimente espectáculo que ofrecen.
Por primera vez desde las elecciones democráticas de 1977 tengo la sensación de que nuestra clase política no ha hecho más que empeorar descaradamente. No vislumbro por ningún lado a unos políticos que se parezcan a Enrique Tierno Galván, a Manuel Fraga, a Adolfo Suárez, a Felipe González, a Santiago Carrillo, a Joaquín Ruiz Giménez, etcétera. Es obvio que no tengo la misma estima por todos ellos, pero no sería capaz de negarle a ninguno sus méritos políticos, que ya figuran esclarecidos en nuestra historia.
¿Qué sucede hoy? Que no hay más cera que la que arde, y la que arde está dedicada a iluminar los altares propios y no los del Estado. ¿Caben hoy en la cabeza de nuestros políticos unos Pactos de la Moncloa como aquellos que, a finales de los setenta, sirvieron para afrontar una crisis económica? Creo que ni siquiera se les pasa por la cabeza. Porque ya no se está en busca de un acuerdo de Estado, sino en la persecución implacable del interés de partido. En este punto, lamentablemente, no sé qué fuerza política constituye una excepción. Quizá porque no la hay, o aún no asoma.
Me irrita escribir estas líneas indignadas porque lo que uno desea es justamente lo contrario de lo que hay. Es decir, grandeza de miras, defensa de los intereses del Estado por encima de los partidistas, acuerdos sustantivos para afrontar y derrotar la crisis y un discurso exterior compartido que airee nuestros logros y respalde nuestros anhelos. Porque todo esto es necesario para que España salga bien librada de la actual coyuntura. Y los ciudadanos así debemos de exigírselo a nuestros políticos. Con Bárcenas y sin Bárcenas.