sábado, 3 de diciembre de 2011

Un mercado laboral sin normas donde los derechos sean abolidos;

En tiempos de crisis se exigen reformas laborales, como si los derechos de los trabajadores, que dan algo de estabilidad a los que pretenden vivir de su salario y les permiten hacerse un mínimo proyecto de vida, fuesen la causa de todos los males.
Zaratustra sigue sin hablar, pero ha convocado a los líderes sindicales para anunciarles la urgente necesidad de abordar esas reformas que se exigen desde todos los centros de poder, y cuya necesidad se ha convertido en dogma de fe. Antes de realizar cualquier ajuste, antes de implantar cualquier recorte, se ha de llegar a un pacto de “reformas profundas” que nos lleve a un mercado ¿flexible?, no: elástico. Lo que se pretende, como en el resto de los ámbitos, es que este mercado, el laboral, también sea libre: el sueño, la panacea de los liberales. Un mercado laboral sin normas donde los derechos sean abolidos; los trabajadores sean tratados como mercancía; un paraíso donde las personas adquieran la condición de “cosas”; la utopía de un mundo amoral, como el propio dinero.
En nada ayuda este sueño tanto tiempo añorado a solucionar la crisis, pero es el momento de imponerlo, ahora que los estados han dejado de tener como prioridad el bienestar de los ciudadanos y no hay más patria que eso que llaman “los mercados”, que siempre se llamó “el capital”, y de cuya crueldad e infinita avaricia, cuando se le deja actuar libremente, sin respuesta, ya nos advirtieron nuestros mayores, hoy malditos, demostrando que aquella, su razón, escondía una verdad. Por eso los persiguieron y demonizaron.

En mi municipio - Tres Cantos - nuestro alcalde José Folgado, antiguo secretario de estado, en el pleno donde se "cambiaba el modelo" (privatiza el Canal de Isabel II) llegó a decir que aquellos que defienden lo público, la gestión pública de los bienes públicos quieren ser como Cuba y Corea. Sin despeinarse. Eso debería darnos una idea de la demagógica y retorcida forma de afrontar la vida para estos elementos que ahora nos gobiernan y nos gobernarán. El miedo se instaura en nuestras vidas ciudadanas y, el miedo paraliza. Los voceros periodistas de la derecha hablan de gangrenas que hay que extirpar sin decir que la mayor gangrena es la codicia y ampararse en el poder para arrebatar lo poco, poquísimo de bueno que una parte minoritaria de la población mundial y, algo más en occidente, tenían las clases bajas y medias. El miedo permitirá que se privatice lo que nos permite tener salud, educación suficiente para tener conocimiento y embota los sentimientos de solidaridad. Los "listos" prosperarán más aún y todos ansiarán ser como ellos. Culparemos a los parados, a los extranjeros, a los diferentes de nuestras carencias, sin darnos cuenta que nosotros allanamos el camino para llegar donde estamos. De ahí al fascismo, un paso y, de ahí a repetir aquello de lo que no aprendimos, un centímetro.

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