martes, 10 de diciembre de 2013

El bien del país.




La Constitución fue posible gracias al esfuerzo de entendimiento y la generosidad de todos los que participaron en su redacción, junto con el de todos los que desde el anonimato consiguieron que esta llegara a ser una realidad. En un difícil equilibrio de fuerzas, hicieron Política, con mayúsculas, para conseguir que no se volvieran a repetir situaciones de pérdida de derechos y libertades fundamentales que nos fueron arrebatados a la fuerza a todos los ciudadanos de este país.
Parecía que el periodo de transición entre la dictadura y la democracia, y la promulgación de la Constitución como punto final de esta Transición, era el principio de una nueva etapa; pero mirando hacia atrás, parece que fue el punto final.
Se promulgó la Constitución, se aposentaron, se convirtieron en mercaderes y comerciantes, y nosotros, los ciudadanos, les dejamos hacer, bien con consentimiento expreso en las urnas, bien tácito, mirando hacia otro lado. En la Constitución se contemplan mecanismos de reforma, que requieren unas mayorías concretas, para asegurarse de que esos cambios no se harán a tontas y locas, según los deseos del partido que tenga mayoría absoluta en cada momento; y dichos mecanismos son los que deberían utilizarse para cambiar leyes importantes que se refieren a derechos y libertades fundamentales que nos afectan a los ciudadanos muy de cerca, y tras una meditación seria y responsable.
Debería abstenerse, quien quiera que sea el que gobierne en un momento dado, amparándose en mayorías cuantitativas, de aprobar leyes que rozan el límite de la intrusión en derechos sagrados o que los allanan claramente. La vieja máxima de la Revolución del 68: “Sé realista, pide lo imposible”, se podría aplicar a esto, y no como un sueño imposible: recuperar la dignidad colectiva de los ciudadanos, abandonando la permisividad y pasividad ante cualquier cosa con la que quieran hacernos comulgar. Y los mercaderes y comerciantes que se sientan en el Congreso y Senado, empezar desde cero a aprender lo que significan los conceptos de dignidad, servicio público y honradez y, por favor, que dejen de celebrar actos huecos, que resultan insultantes para los ciudadanos. No sé si saben de lo que hablo.—
Parece mentira que en los tiempos que corren y con la que está cayendo (una de las frases más utilizadas por todos en los últimos cinco años), el grado de conocimiento de ciertos ministros sea tan bajo. Véase la encuesta de Metroscopia publicada por EL PAÍS el pasado lunes 2 de diciembre.
No sé si seré la única persona que se ha percatado de dicha noticia, banal a priori, pero no tanto a posteriori, ya que es un tema que nos atañe a todos. Me estoy refiriendo al escaso grado de conocimiento, especialmente de los titulares de las carteras de Empleo (Fátima Báñez) e Interior (Jorge Fernández Díaz), con poco más de la mitad y del 40%, respectivamente; esto es, casi la mitad y seis de cada 10 españoles (extrapolando los datos demoscópicos) no conocen a dichos ministros, con todo el volumen de noticias que existen día sí, día también en los medios de comunicación escritos, radio y televisión, referentes a sus ministerios. Me estoy refiriendo a la conocida reforma laboral o a la Ley de Seguridad Ciudadana.
Puede que esta sea una de las razones de la calma social, a la que asisto perplejo, que hay actualmente en España. Y es que una gran parte de la sociedad desconoce por omisión o desinformación a los responsables de la toma de decisiones del país; no obstante, si se les pregunta por los remates a puerta de Cristiano del último fin de semana o los comentarios de Belén Esteban, se los saben al dedillo.
    Estando de esta guisa, el  panorama laboral de este pais como piensan que se puede arreglar. 

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