martes, 7 de mayo de 2013

Un chorizo por cada político imputado




Hoy juega España su segundo partido en el Mundial, porque España se la está jugando como nación puntera desde hace mucho tiempo. La reforma laboral nos trae locos a todos, incluso a los que ya estaban algo majaras antes de emprenderla. Cuando no hay soluciones ideales hay que adoptar las menos malas y en algunos casos, las menos pésimas, pero nadie se pone de acuerdo en el reformatorio: ni los huéspedes más rebeldes ni los más sumisos. El ministro de Trabajo, que empieza a inspirar una cierta conmiseración, se esfuerza por no engañar a nadie. Puede poner un letrero en su ministerio como aquel que se cuenta que escribió el propietario de un cafetín del Oeste: «Prohibido disparar contra el pianista. El pobre hace lo que puede».
¿Qué va a hacer don Celestino Corbacho? Sabe que la reforma laboral no es para crear empleo, sino para impedir que se destruya, pero además sabe otra cosa: que es absolutamente necesario hacerla y que debió hacerse mucho antes. ¿Cómo pueden salvar su trabajo los 57.000 «liberados» de los sindicatos? Nos cuestan a los que no hemos conseguido liberarnos unos 1.600 millones de euros al año. ¿No serán demasiados? Es como si para ordenar la circulación hubiera más guardias que peatones y que automovilistas. Sólo habría una solución, que incluiría no sólo a los manumitidos, sino a los virreinos autonómicos: que los que han robado restituyeran el producto de sus robos. Desdichadamente la restitución no se lleva, se considera de mal gusto desprenderse de lo que no era suyo. Hemos llegado a la conclusión, en el mejor de los casos -'caso Roca, el saqueador de Marbella', o 'caso del Palau de la Música de Barcelona'- de que admitiendo que el robo es punible, su producto se considera sagrado. Quizá algunos de nuestros notorios granujas debieron ingresar en el reformatorio. Hay quien cree que el ser humano es corregible.

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