jueves, 3 de mayo de 2012

De las malas artes de la usura


En 1534 Carlos V volvió a permitir la usura en los territorios hispánicos. Esta práctica llevaba prohibida por la Iglesia desde sus orígenes. Los sabios griegos también la tacharon de inmoral y nos apercibieron de sus peligros. Sin embargo su práctica estaba tan extendida y sus beneficios eran tan evidentes y necesarios, que resultaba imposible no regularizarla y ponerle unos topes.
Felipe II, hijo del anterior, fue el monarca con más oro y plata de la Historia, y pese a ello, sufrió cuatro bancarrotas durante su reinado, entre otras cosas, al ser incapaz de hacer frente a los abusivos intereses que los banqueros flamencos y valencianos le impusieron.
Cuando empiezas a estudiar el sistema financiero, lo primero que te enseñan es como funciona el mágico efecto multiplicador del dinero de los bancos. Cómo ilusoriamente, cuando das tus ahorros a un banco, ellos te los mantienen y te dan intereses; se lo prestan a otro para que consiga más dinero con el que pagar los intereses y el montante total que un futuro le devolverá al banco; y éste, en un futuro, se lo devolverá al ahorrador. Así ganamos todos, el ahorrador, el prestatario y, por supuesto, el prestamista.
Lo segundo que te enseñan es que todo este sistema sólo funciona si se tiene una confianza ciega en los bancos. Cuando ésta se pierde todo cae como un castillo de naipes. Ha pasado en repetidas ocasiones en la Historia, y cuando parece que hemos aprendido la lección regularizando y fiscalizando este tipo de actividades, nos olvidamos de ello y nos reventamos los dientes con la misma piedra ensangrentada.
Quiero hacer una aclaración, en esta situación pierden ahorradores y prestatarios, ya que el banquero, por norma general, nunca pierde.
Ayer como cada día, aunque creo que voy a dejar de hacerlo, porque se me está cayendo el pelo de los disgustos que me llevo, estaba informándome de lo que acontece en el mundo. En el mismo medio de comunicación vi dos noticias íntimamente relacionadas con esto que os estoy contando.
Por un lado, una turba enervada por el odio, asaltaba las sucursales de diversas cajas de ahorros (perdón, que ya no existen), de bancos, porque les habían timado con las acciones preferentes. Todavía me acuerdo cuando hace alrededor de un año las difuntas cajas las ofertaban como una magnífica inversión, eso sí, para abuelos, pequeños ahorradores y demás gente (entre los que me incluyo) no muy dicha en la materia. Dudo mucho que haya un sólo cajero de sucursal en toda España que haya adquirido este tipo de productos. Gente que cometieron el fatal de error de confiar en sus banqueros de toda la vida, no dándose cuenta que ese es su negocio, ganar dinero, caiga quien caiga.
La otra noticia fue que Don Emilio Botín, paradigma de triunfador en la banca, presidente de uno de los mayores bancos del mundo, prácticamente un héroe patrio, casi nada; aparecía solicitando un barbaridad de millones de dinero público para fortalecer el sistema bancario. Chantajeando a los gobiernos con que si no aportan ese capital, el sistema se desmorona y nos caemos todos. Los Estados, es decir, nosotros de nuestro bolsillo llevamos ya unos cuantos años aportando estas ingentes cantidades de dinero a los diversos bancos para que esta confianza en ellos no desaparezca.
Pues bien, yo nunca he confiado en ellos, puedo parecer un hippioso, pero os aseguro que no lo soy. Lo que soy es profundamente desconfiado. Y nunca me han gustado sus malas artes.
El problema es el siguiente, cuando las cosas iban bien los bancos repartían pasta por doquier, sin preocuparse de si se lo iban a devolver o no. No importaba. Si no se lo devolvían, se iban a quedar con la casa del deudor o de sus padres (avalistas), con lo que todavía iban a ganar más dinero.
Todo esto cambió cuando la gente vio que se habían construido demasiadas casas, que por las segundas viviendas se tributa un huevo y que ya no se demandaban como antes. Las expectativas económicas de la gente cambiaron, muchos al paro y sin poder hacer frente a la exorbitadas hipotecas que les habían concedido.
En la otra cara de la moneda, los bancos se empezaron a quedar con muchísimas casas de la gente a la que le habían dado los prestamos. Estando éstas valoradas muy por encima de lo que el mercado realmente decía.
Al ser la banca un negocio, no podían perder dinero. Así que decidieron no sacarlas al mercado para que no se desplomase el precio de las mismas al haber un exceso desmedido de oferta. A día de hoy, después de la larga crisis, de haber entrado en recesión, los pisos de las viviendas siguen sin caer. Y en vez de vender todo el stock de viviendas que tienen, siguen estrujando al ahorrador, al prestatario y pidiendo dinero a los contribuyentes. Mientras tanto seguimos sintiéndonos orgullosos de que un banco español siga comprando entidades financieras por el mundo, de que patrocinemos la NBA, de que los circuitos del coñazo de la Fórmula 1 estén plagados de nuestros carteles.
¿Nuestros? Nuestras eran las cajas, entidades sin ánimo de lucro a las que podías confiar tus ahorros y su consejo. Controladas por las administraciones públicas, es decir por el votante. Pero la bajeza moral de nuestros políticos ha hecho que las perdamos y que se hagan con ellas los usureros.
Basta ya de esta tomadura de pelo. ¿Hasta cuándo vamos a tener que seguir pagando de nuestro bolsillo para que los balances de los bancos sean positivos?. ¿Cuánta gente vamos a tener que seguir viendo expulsada de sus casas?. ¿Cuánto más tiempo van a estar manipulando los mercados para que no nos podamos independizar, o si lo hacemos, tenernos cogidos de los huevos?.
Las entidades de crédito deberían ser un servicio público, nuestros mayores lo aprendieron a base de golpes. Un sudor frío os recorrerá la espalda, y más con los tiempos que corren, al escuchar la palabra nacionalización. Pero si esto sigue así, acabaran con nuestros derechos, nuestras libertades y nuestros ahorros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario