No existe partido político,
sindicato ni movimiento social relevante, estudiantil, étnico, cultural, de
género o ecologista que no sea objeto de infiltración por parte de los servicios
de inteligencia y agencias de seguridad nacional. La razón de Estado ha sido el
argumento para llevar a cabo esta función de gobernabilidad centrada en prever,
controlar o cambiar el rumbo de acontecimientos políticos, económicos y sociales
acorde a sus necesidades. Los ejemplos se multiplican en la historia y
sorprenden por su trama y objetivos. Desde magnicidios, golpes de Estado,
campañas electorales, atentados o secuestros, hasta financiar movimientos
religiosos, grupos disidentes, partidos y operativos para descalificar o aupar
dirigentes. Sin olvidar su participación en huelgas, actos públicos y
manifestaciones. Nada parece interferir en su agenda cuando se trata de encauzar
la realidad política en una dirección considerada prioritaria por la agenda del
establishment.
No
hace mucho, en Madrid, un periodista filmaba la siguiente escena. Al concluir la
marcha de protesta del 25-S, un manifestante encapuchado sería objeto de
agresión por parte de las Fuerzas de Operaciones Especiales (GEO). Para evitar
la paliza, gritaba: "¡¡¡ a mí no que soy compañero, coño!!!". Aun así, hasta
que no fue identificado, siguió siendo objeto de puñetazos y patadas. Otro
policía sentenció: "calmaos, coño". Poco más que agregar.
¿Qué
hacía un policía infiltrado arengando a los manifestantes al enfrentamiento
cuerpo a cuerpo con los GEO? La respuesta no está muy lejos. Provocar, generar
confusión y justificar la represión policial bajo el argumento de "actuar en
legítima defensa". Su objetivo, deslegitimar las protestas sociales democráticas
y justificar el cambio en la ley de seguridad ciudadana, que regula el derecho
de manifestación, criminalizando y responsabilizando de los subsiguientes
posibles atentados contra las fuerzas de seguridad del Estado y la propiedad
privada acaecidos durante la convocatoria a sus organizadores. En esta línea ha
insistido el Partido Popular desde su llegada al gobierno. Cristina Cifuentes,
la delegada del gobierno en Madrid, declaraba que la "actual ley es muy
permisiva y amplia... y habría que modificarla". Tanto el ministro del Interior
Jorge Fernández Díaz como sus asesores se hacen eco de ello y redactan la nueva
ley que, entre sus 55 artículos, prohíbe manifestarse ante el Congreso, el
Senado y las sedes parlamentarias, aumenta la cuantía de las multas y, desde
luego, justifica la violencia policial. La última ocasión, con motivo de las
marchas de la dignidad del 22 de marzo.
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