viernes, 10 de octubre de 2014

Satanás gobierna España.




Colocar a José Antonio Sánchez al frente de Televisión Española es tan sensato como responsabilizar a Ana Mato de la lucha contra el ébola o encargar a Mónica Oriol la defensa de los derechos de la mujer. También como hacer ministro del vatio a José Manuel Soria, prestar una tarjeta de crédito a Rodrigo Rato o encargar a Sonia Castedo la recalificación de unos terrenos de propiedad pública. Lo mismo que confiar a la justicia el caso Fabra, a Ana Botella la alcaldía de Madrid o a Juan Cotino la presidencia de las Cortes valencianas. Igual que instalar a Bárcenas de tesorero del PP, a Morenés de ministro de Defensa o a Rafael Spottorno de jefe de la Casa del Rey. No digamos lo que significa tener a Wert en Educación, a Fátima Báñez en el Ministerio de Trabajo o a Jaume Matas como modelo de conducta.
No hemos cambiado de párrafo porque se nos hayan agotado los ejemplos, sino porque se nos ha agotado la paciencia. La descomposición legal y la ilegal se han trenzado de tal modo que no hay manera de distinguir a los corruptos de las tramas civiles, cercanas al poder, que les prestan su apoyo. Lo de las tarjetas de Caja Madrid es la erupción de un grano en una piel infinitamente granulosa. Corrupción en pantalla panorámica, corrupción político financiera o viceversa, pero corrupción estructural en todo caso. No hay una sola institución en la que al mirarnos, como en un espejo, nos devuelva una imagen respetable. Es una cuestión de tiempo que o bien dejemos de mirarnos o bien que, a modo de mecanismo de defensa, dejemos de vernos. Y eso de no verse en el espejo es grave. Cuando le sucede a un individuo, da en cuestión de horas con sus huesos en el frenopático. Las sociedades aguantan más, pero también tienen su límite.

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