miércoles, 11 de julio de 2012

DERECHO CONSTITUCIONAL



Con el funcionariado está sucediendo lo mismo que con la crisis económica. Las
 víctimas son presentadas como culpables y los auténticos culpables se valen de su
 poder para desviar responsabilidades, metiéndoles mano al bolsillo y al horario
 laboral de quienes inútilmente proclaman su inocencia. Aquí, con el agravante de
 que al ser unas víctimas selectivas, personas que trabajan para la Administración
 pública, el resto de la sociedad también las pone en el punto de mira, como parte
 de la deuda que se le ha venido encima y no como una parte más de quienes
 sufren la crisis. La bajada salarial y el incremento de jornada de los funcionarios
 se aplauden de manera inmisericorde, con la satisfecha sonrisa de los gobernantes
 por ver ratificada su decisión.                                             
        

Detrás de todo ello hay una ignorancia supina del origen del funcionariado. Se envidia

 de su status -y por eso se critica- la estabilidad que ofrece en el empleo, lo cual
 en tiempos  de paro y de precariedad laboral es comprensible; pero esta
 permanencia tiene su razón de ser en la garantía de independencia de la
Administración respecto de quien gobierne en cada momento; una garantía que
 es clave en el Estado de derecho. En coherencia, se establece constitucionalmente
 la igualdad de acceso a la función pública, conforme al mérito y a la capacidad
 de los concursantes. La expresión de ganar una plaza «en propiedad» responde
 a la idea de que al funcionario no se le puede «expropiar» o privar
 de su empleo público, sino en los casos legalmente previstos y nunca por capricho
 del político de turno que quiere a los de su calaña a su servicio.


Son los gobernantes y “funcionarios políticos”, sobre todo los que se tildan de

 liberales, los que, tras la perversión causada por ellos mismos en la función pública,
 designando a dedo a aquellos que pueden servir a sus intenciones,  arremeten
 contra la tropa funcionarial, sea personal sanitario, docente o puramente
 administrativo. Si la crisis es general, no es comprensible que se rebaje el sueldo
 sólo a los funcionarios  y, si lo que se quiere es gravar a los que tienen un
 empleo, debería ser una medida general para todos los que perciben rentas por
el trabajo sean de fuente pública o privada. Con todo, lo más sangrante no es
el recorte económico en el salario del funcionario, sino el insulto
 personal a su dignidad. Pretender que trabaje media hora más al día no resuelve
 ningún problema básico ni ahorra puestos de trabajo, pero sirve para señalarle
como persona poco productiva. Reducir los llamados «moscosos» o días
 de libre disposición –que nacieron en parte como un complemento salarial en
 especie ante la pérdida de poder adquisitivo-no alivia en nada a la Administración,
 ya que jamás se ha contratado a una persona para sustituir a quien disfruta de esos
 días, pues se reparte el trabajo entre La medida sólo sirve para crispar y desmotivar
 a un personal que, además de ver cómo se le rebaja su sueldo, tiene que soportar
 que los gobernantes lo estigmaticen como una carga para salir de la crisis.
 Pura demagogia para dividir a los paganos.

En contraste, los políticos en el poder no renuncian a sus asesores ni a ninguno

 de sus generosos y múltiples emolumentos y prebendas, que en la mayoría de los
 casos jamás tendrían ni en la Administración ni en la empresa privada si sólo se
 valorasen su mérito y capacidad. Y lo grave es que no hay propósito de enmienda.
No se engañen, la crisis no ha corregido los malos hábitos; todo lo más, los ha
 frenado por falta de financiacióno, simplemente, ha forzado a practicarlos de manera
 más discreta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario