lunes, 11 de junio de 2012

No solo Grecia está en juego, ¡son nuestros jóvenes!



Si nada lo remedia, habrá una generación condenada al paro, la precariedad y la desesperanza Pídamos responsabilidades a los culpables, que están en el sur de Europa, pero también en el norte

Europa está en un momento extremadamente delicado, con potenciales efectos devastadores sobre el futuro del sueño europeo y el bienestar de sus habitantes. En esta situación, el destino de nuestros jóvenes está ligado al de los griegos.

Los jóvenes actuales serán los principales perjudicados de la irresponsabilidad política y social pasada y actual. Si nada lo remedia —y el remedio no vendrá por sí solo—, será una generación perdida condenada al desempleo, la precariedad y la desesperanza. Una generación perdida más, como tantas otras. En la Gran Guerra de 1914-1918, una banda criminal de gobernantes irresponsables y generales incompetentes envió a la masacre a millones de jóvenes europeos, destruyendo toda una generación. Sin remordimiento ni responsabilidad alguna por sus fechorías.

En los últimos tiempos, algunos piden a los pueblos del sur de Europa que apoyemos a Grecia porque si no después vendrán a por nosotros. Sin embargo, hay mejores razones para impedir el triste destino que los mercados y la inacción política reservan al pueblo griego.

En primer lugar, la absurda obsesión por castigar a Grecia es inmoral. Keynes escribió en 1919: “La política de reducir Alemania a la servidumbre durante una generación, de degradar las vidas de millones, de privar de la felicidad a una nación entera, debería ser abominable y detestable, incluso si hacerlo nos enriqueciera, incluso si hacerlo no sembrara las semillas de la decadencia de Europa”. Sustituyamos Alemania por Grecia: lo que pedimos al pueblo griego es aberrante e inaceptable. Aunque nosotros no fuéramos los siguientes de la lista; aunque la expulsión de Grecia del euro no sentara las bases de la expulsión de otros países del sur de Europa; aunque pudiéramos limitar los daños al ideal europeo que provocará el haber abandonado a su suerte, tras destrozarlo, a un pueblo hermano. Este cruel castigo no ayuda al pueblo griego y destruye la dignidad de quienes lo imponen. Idénticos efectos a la imposición sobre nuestra juventud del desempleo masivo y la emigración forzosa.

En segundo lugar, hay otras salidas: el presidente Hoover propuso la austeridad cayera quien cayera (¡y vaya si cayeron!), ahondando la Gran Depresión norteamericana en una espiral suicida. Fue el New Deal de Roosevelt, con un enorme esfuerzo inversor gubernamental, lo que permitió la recuperación social y económica estadounidense.

Dicen que no tenemos más dinero para aeropuertos inútiles, trenes sin pasajeros, universidades sin alumnos o centros de congresos vacíos. Efectivamente, no lo tenemos; es más, nunca deberíamos haberlo tenido. Entonces y ahora, sí tenemos necesidades urgentes de invertir dinero público de forma masiva: hay problemas cuya resolución exige una respuesta colectiva y de gran impacto. Prevenir el cambio climático, que golpeará especialmente el sur de Europa, exige un dinero del que nunca hemos dispuesto; siempre hubo excusas para despilfarrarlo persiguiendo otros objetivos. Invirtamos ahora en cambiar nuestra infraestructura por una sostenible, reduzcamos inmediatamente nuestra dependencia del petróleo y sustituyamos las energías fósiles por energías renovables; modifiquemos los hábitos de movilidad e impulsemos los transportes poco contaminantes; recuperemos en lo posible nuestro medio ambiente… Apostemos por la investigación aplicada en industrias no contaminantes, ligadas a energías limpias. Y no descuidemos lo que nos convierte en ciudadanos libres: educación, cuidado de los débiles y desfavorecidos, sanidad… Los empleos generados estarán adaptados a nuestros jóvenes extraordinariamente preparados. Ahí podrán ser realmente competitivos, no en una economía de casino.

Dicen que no podemos invertir porque nadie nos presta dinero: falso. La riqueza del país está limitada por su función social; ¿qué mejor función social que protegernos de las consecuencias medioambientales de nuestros errores pasados, y crear los empleos que necesitamos? ¿Qué mejor función social que evitar la condena de un pueblo o de una generación sin culpa? Si los grandes propietarios de la riqueza no lo hacen por sí mismos, habrá que lograr este objetivo vía gasto público, con más progresividad fiscal, impidiendo el dumping fiscal o redefiniendo un impuesto del patrimonio que incluya a las personas jurídicas. Otras acciones incuestionables elevarán los ingresos del Estado: lucha contra el fraude y la evasión, responsabilidad patrimonial de los malversadores…

Dicen que la crisis se debe al excesivo gasto público, pero en muchos países (Irlanda, España…) es fruto del colapso de una burbuja especulativa privada. El Estado ha socializado las pérdidas de agentes privados sin haber participado en los supuestos beneficios. En el caso griego, se oculta que buena parte del excesivo gasto público se dirigió a comprar fragatas francesas y tanques alemanes, cuyo sistema bancario financiaba alegremente estas adquisiciones sin plantear quejas ni salvedades.

Dicen también que debemos rescatar la banca sistémica para evitar el colapso. Preguntemos a quién debe dinero esta banca: si debe a pequeños depositantes, el Estado (gestor del fondo de garantía, y encargado del control del sistema financiero) tiene una responsabilidad, y su apoyo financiero evitará un pánico bancario. Sin embargo, si los acreedores son grandes bancos nacionales o extranjeros, desconozco razones objetivas para que el Estado deba compensar sus errores o su excesivo apetito por el riesgo.

En tercer lugar, al pueblo griego se le está castigando colectivamente, contraviniendo el artículo 33 del IV Convenio de Ginebra, que prohíbe los castigos colectivos en caso de guerra, el castigo a personas individuales por infracciones que no hayan cometido, o la simple intimidación. Si nos encontramos ante una guerra económica, como parece, deberían aplicarse estas disposiciones protectoras de la población civil: lo contrario es, como se ha señalado, un crimen económico contra la humanidad. También nuestros jóvenes sufren un castigo colectivo por actuaciones de otros.

Hay culpables específicos de la catástrofe griega y de las otras crisis. Pídanseles responsabilidades a estos culpables, que están en el sur de Europa, pero también en el norte.

Finalmente, la expulsión de Grecia supondría un cambio profundo que destruiría los fundamentos mismos de Europa. La declaración Schuman de 1950 tenía por objetivo evitar la guerra, superando viejas rivalidades: “Europa se construirá a través de logros concretos que creen una solidaridad de facto”. Si ante la primera ocasión en que esta solidaridad es realmente puesta a prueba, abandonamos al pueblo griego a su suerte tras el naufragio (después de atarle convenientemente pies y manos), habremos destruido el sueño europeo. La historia de Europa es fecunda en crear pesadillas, mucho más que en generar sueños. Nuestros jóvenes pagarán el precio de vivir en esa Europa fracasada que ojalá nunca llegue.

Dicen que la solidaridad es muy cara, inasumible económicamente. Falso, de nuevo. Tras 1945, la solidaridad estadounidense con Europa occidental, anualmente un 2%-3% del PIB, fue simultánea a un periodo de rápido crecimiento norteamericano.

El alma solo se vende una vez y es para siempre. El destino griego marcará definitivamente si Europa tiene un proyecto que pueda competir con otros modelos: la dictadura socialista de mercado; las pseudodemocracias de ciertas economías emergentes; o las democracias vampirizadas por el sector financiero. ¿Hay un modelo europeo atractivo para jóvenes de todo el mundo, sostenible, responsable y solidario, a medida de las personas?

El futuro de nuestros jóvenes está en juego, y lo decidirán en pocas semanas jugadores de ruleta sin conciencia ni responsabilidad, que no tendrán remordimiento ni sentimiento de culpa, y a quienes nadie pedirá cuentas. El ataque a Grecia es también un ataque contra los jóvenes: que no caiga Grecia.

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