viernes, 27 de abril de 2012

La dictadura de los mercados


ECONOMÍA SOCIAL
         ¿De qué sirve no tener déficit y que
         seis millones de personas englosen
         las listas del desempleo?
Es posible en este mundo globa-lizado que un país sea goberna­do por sus representantes demo-cráticamente elegidos y no por los mercados? Es necesario ha­cerse esta pregunta dado que paí­ses como Italia, Portugal, Irlanda, Grecia o la pro­pia España están presenciando como las fluctua­ciones de los mercados de deuda condicionan la estabilidad de sus gobiernos o el desarrollo de po­líticas públicas de primera necesidad. Los vora­ces mercados condicionan incluso la campaña electoral de nuestros vecinos franceses, donde los candidatos a presidir la República Francesa ven como sus expectativas evolucionan o dismi­nuyen en función de los datos de la prima de ries­go.
En nuestro país, a la prima de riesgo no parece importarle quien gobierne, incluso se puede afir­mar que es el dato fundamental sobre el que gira la política economica, al igual que a finales de la década de los 70 lo era el IPC. Pero todos sabemos que únicamente mejora­rá cuando aquellos que nos prestan el dinero nos consideren fiables y eso ocurrirá cuando España gaste el dinero público y el privado de manera efi­ciente, es decir favore­ciendo el crecimiento eco­nómico y la competitivi-dad de las empresas, de tal manera que se produzca la tan ansiada creación de empleo. No es únicamen­te un problema de cuan­to se debe, que lo es, sino de si podemos devolver lo que nos han prestado.


¿De qué sirve no tener déficit y que seis millones de personas engrosen las listas del desempleo?, y si, además, para lograr­lo hay que precarizar hasta el extremo los servi­cios públicos como la sanidad o la educación para pagar las prestaciones por desempleo o las pen­siones, de poco servirá. Tampoco servirá generar déficit y volver a gastar el dinero en autopistas que van de ningún lado a ninguna parte, aero­puertos inútiles, palacios de congresos de autor, o trenes de alta velocidad que ahorran diez minu­tos y cuestan miles de millones. En estos momen­tos toca aplicar la sensatez e impulsar el creci­miento de las exportaciones y potenciar sectores como el turismo, en los que somos líderes mun­diales, replantearse la política agraria y el desa­rrollo rural, facilitar la entrada de las nuevas tec­nologías en sectores tradicionales y mejorar las competencias personales de los trabajadores.


En este contexto las reglas de juego del Banco Central Europeo deben cambiar, de lo contrario estaremos abocados a una economía propia de país colonizado. Sólo hay que hacer un poco de me­moria y recordar como a principios de la pasada década el BCE mantuvo los tipos de interés bajos, lo cual no fue beneficioso para España, y esto im- pidió desinflar la burbuja inmobiliaria española de manera gradual, y por ende, facilitar cambios en modelo económico que diesen paso a una ter­cera revolución industrial basada en el conoci­miento.


Ya a finales de la década, con una incipiente cri­sis, el BCE subió los tipos, en vez de bajarlos, ar­gumentando una amenaza de la inflación, el cuen­to del lobo que nunca llega. Por último, cuando la crisis es global y casi terminal, el BCE baja los tipos a modo de 'favor', cuando ya no sirven de referencia ni a los particulares ni a las empresas en su relación con la banca.
Esta ha sido la misma política económica que ha mantenido un cambio euro/dólar muy poco favorable para la industria española y, como no, ha beneficiado los intereses de la economía ale­mana cuyas exportaciones en zona euro son muy significativas. La economía española necesitaría una devaluación del euro que lo mantuviera en niveles de paridad con el dólar, tanto para impul­sar las exportaciones como para potenciar el sector tu­rístico en base a la
afluencia de turistas no europeos. Esta devaluación facilitaría a su vez la entrada de las empre­sas españolas en el merca­do latinoamericano, estra­tégico de por sí para España, pero excesivamente dolari-zado.
Si bien es cierto que la de­valuación del euro traería consigo algunos efectos eco­nómicos no deseables, por ejemplo, subidas en el pre­cio del combustible, serian compensables con una mi­noración de la carga impo­sitiva de los hidrocarburos y una política energética más racional, y se podrían compensar los ingresos por la vía fiscal gracias a una mayor actividad econó­mica.


Si se habla de favorecer la industria no solo se debe hablar de la tradicional, también de la indus­tria del conocimiento, de las actividades empre­sariales que generen valor añadido en produc­tos o servicios. El desarrollo sostenible de un país como España, y de una comunidad como Asturias, está sustentado en las pymes, en su mayoría em­presas familiares o de economía social, que per­duran en el tiempo, fijan población y que si coo­peran, trabajan en red, e innovan podrán compe­tir en mercados internacionales.
Por último decir que, el papel de los gobernan­tes no es menos importante. Los poderes públi­cos deben favorecer el emprendimiento y facili­tar la financiación de proyectos empresariales que generen empleo y no únicamente buenos balan­ces de empresas, eso ya lo hace la banca privada. Es necesario y exigible que los poderes políticos asuman riesgos y compromisos con las empresas locales para que adquieran dimensión, se inter­nacionalicen e innoven y construyan una socie­dad dinámica, competitiva y con futuro.

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