lunes, 31 de octubre de 2011

Con los emigrantes

La familia de Nazaret, emigrante en Egipto para sustraerse a las iras de un rey cruel, es ejemplo y consuelo de aquellos peregrinos de todo tiempo y lugar que, acuciados por la necesidad, se ven obligados a abandonar la patria, padres, esposa, hijos y amigos para dirigirse a tierras extrañas». ('Exul familia', 1952. Pío XII).
Casi a diario, leemos la historia de estas gentes que, animadas por un espíritu básico y deseo de alimentarse y ganarse el pan, abandonan el hogar, emprendiendo el camino hacia lo desconocido. Lo hacen en pateras, embarcaciones que, normalmente, no reúnen condición alguna de seguridad, hacinados y, a veces, engañados, para terminar la aventura, en bastantes ocasiones, naufragando, con pérdida de la propia vida. Es un fenómeno social en el que invasiones masivas de desplazados se acercan a las costas españolas y otras partes del mundo en busca de una salida a su problema de mera subsistencia, provocada por muy diversos motivos: desde un aumento desmedido de la natalidad no absorbido por el propio país de origen, hasta crisis económicas, fundamentalmente de la agricultura, pasando por condicionamientos de carácter político, razones de guerra o cualquier otra causa.
Si emigrar significa arrancarse del medio en que se ha vivido y vagar a la deriva, sin rumbo determinado tras una ocupación que le permita sobrevivir, este éxodo masivo de personas, semejantes nuestros, debería ser mejor comprendido y aceptado. Deshacerse de prejuicios, barreras o fronteras, políticas o raciales, que impidan que el hombre, de cualquier raza y condición, pueda ser considerado como un hermano necesitado, digno de ser acogido y remunerado, posición contrapuesta al hermético y nacionalista, egoísta y cerrado. Muchos son devueltos por los gobiernos a sus lugares de origen; algunos logran esconderse y vegetar, procurando acercarse a otros en su misma situación, creándose aglomeraciones urbanas en el más absoluto desamparo. Tienen ante sí dificultades innumerables a las que hacer frente: desconocimiento de la lengua del país en que se hallan; de un morar que, aunque pleno de necesidades, era al menos realizado en sus pueblos de nacimiento, pasan a residir en grandes ciudades con una forma de vivir completamente distinta y, a veces, corruptora, y afrontan desde una posición de minoría el pertenecer a una religión diferente. Sin cualificación profesional, desaparecidas la propia convicción y tradiciones, al tratar de adaptarse a su nueva exigencia, están solos, sin lazos que les relacionen, perdidos e indefensos.
Los naturales de los países del Primer Mundo, que aún no deseando hacerse cargo de las gentes procedentes de estos éxodos, ven cómo, por diferentes medios, los llegados van siendo cada vez más numerosos y observan en ellos muy pocos progresos por el abandono en que se hallan. No se percatan de que si fueran capaces de proceder a una cercanía física más evidente, involucrándose en cooperar en la ayuda a emigrantes, habría un motivo para la esperanza. Más, inmersos en la propia felicidad, seguridad, y dueños de una posición material envidiable, generalmente la despreocupación es la manera con que se procede ante estos casos. Carencia de sentido social es no discernir lo que reclaman la justicia y la caridad. Es la conciencia social, principio fundamental de todo individuo, para convertirlo en preocupación personalizada.

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